2 — SABADELL FEDERAL patrio, de los cien mil hijos de San Luís, derogación de las pocas leyes liberales que había, publicación de otras draconianas, encarcelamientos todos los días, fusilamientos a todas horas, deportaciones al minuto, miseria, hambre, peste, rosarios, toros, autos de fé, vergüenzas, iniquidades.siempre, continuamente, a todo pasto. Ved ahí el pago que dió a un pueblo que tantos y tan cruentos sacrificios había llevado a cabo por él; reinado de ignominia cuya historia debieran saber de memoria los niños de las escuelas para aprender a odiar a los tiranos. A todo esto Fernandito no hacía más que casarse y enviudar, pués llegó a tener hasta cuatro esposas. La última le dió dos hijas, la mayor de las cuales ocasionó, con su exaltación al trono, tal lío, que España se vió asolada, por espacio de siete años, a causa de la guerra civil. Y mientras, María Cristina, madre de Isabel 11, se había casado secreta y morganáticamente con un buen mozo, hijo de una estanquera, que se encargó de darle a la joven reina algunas hermanastras, para que fuera refrescando. Hay quien ha dicho que la ingratitud es patrimonio de los reyes y en cuanto a los de España parece que no se equivocó gran cosa. El trono de Isabel de Borbón se mantuvo sostenido por las bayonetas liberales; la sangre de los isabelinos corrió profusa y generosamente gracias a la hidalguía de los constitucionales y esta mujer, veleidosa, voluble, olvidadiza y desagradecida, saldó sus cuentas con los defensores de sus derechos, entregándose en cuerpo y alma a los enemigos jurados de la libertad, dando calor a la formación de camarillas palaciegas y a tal punto llegó en sus desaciertos políticos y tal fué su conducta en todos ios órdenes de la vida, que fué la principal, sinó única causante del formidable movimiento de indignación que, después de varias intentonas infructuosas, estalló en 1868 y dió al traste con un régimen de ignominia que había envuelto a España en un ambiente de lodo y porquería. Cayó la hembra funesta; lo que no pudo el cura Merino, doce años antes, con su puñal, lo consiguió el bravo y pundonoroso Topete con su grito honrado. Y lo consiguió con creces, pues allí no se trataba de nimbar la cabeza femenil con la corona del martirio, no; simplemente se trataba de proscribir de esta desdichada tierra a los últimos representantes de una dinastía que tan ingratamente había correspondido siempre a los desvelos de unos pobres subditos que tan abnegadamente lucharon, durante años y años para sostenerlos en una altura a la que sus errores, vicios y concupiscencias no les daban derecho alguno a llegar. Quedó el pueblo español soberano de sus destinos; decidiéronse algunos patricios insignes a preparar el resultado de aquella conmoción y, por fin, a los cinco años y después de mil incidencias por todos conocidas, establecióse en el gobierno de la nación el régimen republicano. Pero los españoles aún tenían el pelo de la dehesa; resabios de absolutismo asomaban por todas partes; España todavía era el país de pan y toros; todos los españoles continuaban siendo hijos de fraile y se llevaron a las Cortes representantes que no lo eran del pueblo y se mantvwieron al frente del ejército nacional generales monárquicos y la miopía de los gobernantes fué tal que no alcanzaron a ver los manejos restauradores, con lo que se dió muy buena ocasión para que Pavía, estando borracho, disolviera el Parlamento y para que después a Martí¬ nez Campos se le ocurriera un día dar el grito subversivo en ocasión de estar comiéndose el fruto de un algarrobo en los campos de la histórica Sagunto, Ahí vino a parar la gloriosa revolución de Septiembre; a que muchos de los que antes empujaran hacia los Pirineos a una familia tachándola de inepta, vinieran luego a prosternarse a los pies de sus descendientes titulándoles salvadores de esta nación irredenta. Al caer la República, junto con las algarrobas de Sagunto y la vergüenza de los republicanos, prometieron los caudillos populares reintegrar a la Nación en sus derechos; esta promesa ha quedado incumplida, pero ya hoy los tiempos son otros; ahora no son tan necesarios los jefes; el pueblo es mayor de edad y debe procurarse por si solo lo que le hace falta; debe ir inmediatamente a la revolución. Si a la Septembrina le faltó programa, en los momentos actuales no carece el pueblo de faro a donde dirigir sus aspiraciones. El partido republicano federal tiene la obligación ineludible de colocarse al frente de los elementos revolucionarios y procurar que vuelvan, para nuestra patria los días gloriosos que le facilitaron los héroes de 1868. F. Moliner Salcedo. Señoritos El reciente asalto de la imprenta de Alicante Obrero por una pandilla de señoritos pone sobre el tapete este grave problema nacional: el señorito. Añade importancia periodística y actualidad al problema la protesta de España contra las fechorías, contra la audacia apachesca y la frescura y repugnante cinismo de una horda de lechugos de esos, que tienen aterrorizado a Bilbao. El señorito es en España un problema tremendo. Se puede decir en cierto modo que ese es todo o casi todo el problema de España. Así, al menos, lo pensaba Ramiro de Maeztu cuando en una conferencia que dió en Madrid, afirmó que para regenerar la patria era necesario un degüello general de señoritos. Señorito generalmente es sinónimo de gandul, de tahúr, de tenorio, de beodo, de matón, de currutaco y hasta de cinedo. El señorito es una complicación de todas esas cosas despreciables, de todas esas impotencias de la mente y del lomo, es una concurrencia de degeneraciones, de atavismos, de ignominias y anormalidades heredadas. El señorito suele ser hijo de un usurero, de un conde pontificio, de un rastacuero, de un cacique etc., en colaboración con una beata comesantas o una viuda, rosariera y tragacuras. El señorito es un castizo; es flamenco, juerguista, crapuloso, casinero y mocero; es abogado o va para ello; es un cazador de dotes; un enamorador y perdedor de raspas, chinchas, midinetas y niñas cursis; un organizador de tómbolas, gardenpartys y cruces de Mayo; un zángano, un cinegeta. Ha cursado el bachillerato en el Salvador o en Sarrià, y la carrera en el Escorial o en Deusto. Es congregante o luis, requeté o joyen maurista. Comulga las fiestas, y con la hostia en la boca va al bar, al quilombo. Da un rato del domingo a la Virgen y las siete noches de la semana a la querida. Admira al Gallo y odia a Belmonte, o viceversa. No abre más periódico que Nuevo Mundo, y esto para estudiar las variaciones de la moda en la indumentaria del rey. Desprecia a Nakens, a Pablo Iglesias, a Lerroux. Desdeña a los intelectuales, a la juventud laboriosa que se toma la vida en serio, que se aflige de las malaventuras de la patria y del desamparo de las clases obreras y que se afana por resolver las crisis sociales. El señorito ha viajado mucho. Conoce las calles y los cafés y los musichalls de Paris y de Londres y lo que le ha contado un auriga marrullero o un intérprete poliglota. Sabe un poquito de francés: el que le han enseñado las cocotas, los garzones de café, los mozos de hotel. Cuando esos mocosos echan barbas, sus papás les procuran una novia rica, una heredera de millares o de millones, una jaca brillante para montar y para lucir. Y un acta de diputado. Y un automóvil. Y ya pueden atropellar a todo el que se les ponga delante. Ya pueden abofetear periodistas descuidados y apalear obreros inermes. Ya pueden galantear casadas y enredar solteras y robar en gordo, como sus padres, sin mi^do a la policia. Ellos por sí son unos nadies. Son el hijo de tal o de cual, de fulauo o de fulana, muy conocidos sea por lo que quiera. A lo más son Luisito, Rafaelito, Eduardito y aquí las yerbas del apellido. Esa juventud es la que nutre los cuadros de las mayorías parlamentarias y las filas de los germanófilos y de los neutrales. Esa juventud inepta es la que, abusando de la influencia de los que, siendo o no sus padres, les dieron su nombre, toma por asalto los puestos de la Administración, se apodera de momios, prebendas y sinecuras, ocupa los distritos electorales y acorrala a los competentes y hace fracasar a los buenos. Ahora bien: ¿qué haremos con todos esos mazurkistas y valsadores, con todos esos mauricones, con todos esos nenes zangolotinos o bitongos, con todos esos macacos avariósicos, con todos esos escandalizadores de calles y asaltadores de imprentas, con todos esos hijos de viudas mascahostias, con todos esos hermosos perros de casta, con todos esos caros e inútiles caballos de lujo? ¿Qué haremos con toda esa créme, con toda esa mala leche de nuestra podrida aristocracia, con toda esa pápula, con toda esa clientela de dicterión, con toda esa suelta población de manicomio y de Salpetriére, con todos esos malos engendros? ¿Qué haremos con todos esos petronios pour rire, con todos esos mosquitos y abejetas de concert, con todos esos pipiólos, con todos esos dignos hijos de sus madres? ¿Si nos los compraría alguno? ¡Oh! Los daríamos muy baratos. Por nada. Hasta pagaríamos por que nos libraran de esa peste. ¿Si los enviaríamos a Marruecos? No, que desmoralizarían y morralizarian a los moros. ¿Sí intervendríamos en el conflicto europeo y los mandaríamos al frente francés? No, que nos pondrían en ridículo. No les servirían a los soldados de la gran República ni para criadas. ¡Señor! ¿qué hacer con ellos pues? Nada, no hay otra solución que la de Maeztu. Una revolución y un degüello general. Angel Samblancat. ANANT PEL MÓN GRECIA Del fait divers que la guerra ens ofereix cada dia, els que passen a Grecia són, indubtablement, els més dignes de mentar-se. Aquest poble helénic está passant pel caire de l'abim en el qual, si no manté una serenitat en el propi equilibri, pot caure en la foscor pregona i indefinida de l'allau on els pobles que hi són caiguts no s'en aixequen mai més. Una guerra porta una tragedia enorme dintre les nacions. No hi valen pas