i r Carpintero y estudiante chinos do desprecio á la humanidad, un profundísimo respeto al mundo animal. Existe una curiosa disposición por la que se prohibe, bajo las penas más severas, el beber leche de vaca. «£1 hombre — dice dicha disposición — no tiene ningún derecho á extraer de los animales la sustancia necesaria á la alimentación de sus hijos, particularmente de la vaca, que es la más útil de todas las bestias. Los hombres que hacen distinciones entre la humanidad y el mundo animal, son unos insensatos. Los que venden la leche degradan su conciencia con el dinero que les produce, y los que la beben no son menos miserables. » ¿Qué te parece la ordencilla? No reza, claro está, con nosotros, que, instalados en el barrio europeo, en nuestras respectivas Legaciones, podemos, si nos place, no tan sólo beber, sino hasta usar para el baño la leche, si tuviésemos la femenil tentación de imitar á Popea, la famosa concubina de Nerón. Desde las ventanas de mi vivienda se oyen los mugidos de las vacas que, en los establos del «Gran Hotel de Pekin», reservan el líquido sustancioso de sus ubres hermosas para el uso exclusivo de la colonia europea. Y ya que te nombro el Gran Hotel, algo te diré de su historia. En la calle de las Legaciones, frente á la Legación germánica, entre los leones de mármol de la Legación del Japón y la de Francia, se levanta un edificio á la europea, cuyo rótulo dice, con pomposos caractéres: « Gran Hotel de Pekin » . Gran hotel, en efecto, comparado con lo que fuera en sus principios, cuando, hace veinte años, era tan sólo una casita china que albergaba al europeo no diplomático, bastante audaz para lanzarse en la exótica empresa de penetrar en la celeste corte: y, sin embargo, aquel hotel modesto ha sido el gérmen de todas las transformaciones de la China. Porque los huéspedes aquellos que allí modestamente se albergaban, sin privilegios ni exenciones diplomáticas, eran ingenieros, industriales, mineros, contratistas, comerciantes, los enviados y plenipotenciarios de la diplomacia moderna del dinero. Y allí, encerrados en las paredes desnudas de la modesta fonda pekinesa, estudiaban los problemas económicos que han producido la revolución del gran imperio fósil. Sobre las mesas de pino de la fonda burguesa, se extendían planos y mapas; se levantaban postes de telégrafo, cuyos hilos herirían á los espíritus que moran en las alturas; se trazaban líneas férreas, cuyas máquinas hollarían las cenizas de los antepasados de los chinescos habitantes del imperio; se excavaba en las entrañas de la tierra para buscar los minerales que tantos siglos de estacionamiento depositaron en su inexcrutado seno. Hoy la fiebre mercantil se ha desarrollado también en la corte pekinesa. Un enjambre de hombres de negocios, un hormiguero de ingenieros, llenan el edificio nuevo, levantado de plano, del que se llama ya pomposamente « Gran Hotel de Pekin » . Cada huésped representa sindicatos, compañías inglesas, alemanas, norteamericanas, belgas, francesas, rusas, japonesas, empresas cosmopolitas que de todas las partes del mundo envían sus representantes para buscar, como buitres del negocio, su pedazo de presa en las entrañas del colosal cadáver. Los principales, los mandarines, los letrados, los magnates de la corte imperial, ven con recelo esa irrupción de negociantes y de ingenieros que se lanza sobre Pekin. En cambio, el pueblo, fumando tranquilamente su pipa de opio, no se preocupa de lo que aquella irrupción significa; porque á este pueblo, indiferente á todo, le suelen tener sin cuidado los intereses generales de la nación y 15;