Las diabluras de la nena solían costar lágrimas al triste Moncho, y más cuando tales desaguisados, cometidos con obras de su ingenio, iban acompañados de inconscientes pero crueles insultos al autor, cuya deformidad excitaba no pocas veces la risa ó el desprecio del gentil idolito. Sentía Moncho, en el fondo del alma tales desprecios, y pasábase la mitad de los días llorándolos, y la otra mitad esperando á la nena y sonando en agradarle. IV Como la vida no para en su constante labor transformadora, en pocos años hizo de Merceditas un milagro de belleza juvenil; pero como á la par de la vida que formaba el cuerpo , trabajaban los padres afanosa cuanto inconscientemente en la deformación del alma, aconteció que, al paso que la naturaleza cincelaba la carne, la vanidad, el mimo y la ignorancia de aquellas vulgarísimas gentes afearon, poco á poco, el espíritu de la gentil criatura, hasta hacer de ella una burguesita insoportable. Pasábase la vida ensayando toilettes y peinados al espejo, atormentando el piano, ó leyendo novelas eróticoincendiarias, ó folletines criminalistas; mal hablaba el francés, ignoraba el castellano, cantaba flamenco, adoraba todo lo extranjero, y avergonzábase de sus padres por ignorantes y ordinariotes. Las palabras religión, trabajo, obediencia, orden, cuanto significa deber, disciplina ó vencimiento propio, eran para ella letra muerta, porque sus padres habíanla educado para ídolo, y este papel no hay quien no lo aprenda maravillosamente. Inútil es decir que á medida que la diosa crecía é iba irguiéndose sobre su altar, la distancia entre ella y Moncho aumentaba en alarmante progresión. Desde que Merceditas comenzó á adorarse á sí misma, dió en despreciar con verdadera dureza al pobre monstruo: su presencia la molestaba, la descomponía — según su frase — y hubiérase dicho que las miradas de la diosa tenían el contagio de semejante fealdad. En cambio, por doloroso contraste, al paso que crecían los encantos de Mercedes, crecía el amor del pobre fenómeno, para quien la virgínea hermosura de la niña era algo ultramundano y beatífico, el alma de él, su aspiración á lo bello y sobrenatural objetivada. Para Moncho, que no tenía cuerpo que tradujese las tendencias de la juventud á toda gentileza, lucimiento y gallardía; para Moncho, privado de expresar con el gesto, la apostura y arrogancia corporal, los innatos alardes estéticos de la mocedad; para el mísero homúnculo que no tenía ni piernas que lo mantuvieran ni torso robusto en que ostentar la noble cabeza pensadora; para el hombrelarva que no podía gustar las dulzuras de la vida ni casi ver la luz del sol, porque no le era dado salir de su negro agujero sin excitar la burla feroz de las gentes; para aquella alma de ángel alojada en cuerpo de monstruo, no había más cielo, ni más astros, ni más vida, ni más etérea y divina idealidad que Mercedes. Cuanto á él le faltaba teníalo ella, cuanto deseaba él en ella estaba, cuanto soñaba lo era ella. ¿Quién hubiera creído, al ver aquella enorme cabeza que, con ayuda de sus débiles remos , se arrastraba ansiosamente por los suelos, que dentro de tan horrible ser albergárase tanta hermosura? ¿Ni quién, ante la deslumbradora beldad de Mercedes , hubiera sospechado en cuerpo tan perfecto alma tan deforme y monstruosa? 145