Editorial un o c CL 01 CL c LLI tadas por los propios paises donde se sufre la pobreza. Se les dice que mejoren sus políticas económicas, adecuóndolas a las nuevas orientaciones de apertura al mercado internacional y liberalizando sus mercados; se les exigen resultados en cuanto a democràcia, derechos humanos y "c lucha contra la corrupción. Cuando cumplan estos requisitos se prometé que se les concederà la ayuda necesaria. Pero nunca se propone revisar nuestro modelo global. En él, los países industrializados nos movemos a nuestras anchas. Este mundo està disefiado desde nuestros intereses y para satisfacer nuestras apetencias. Seguimos conformando un modelo en el que no cabé compartir un proyecto común. A pesar de seguir creciendo continuamente la producción de bienes y servicios, màs de la mitad de la población mundial sigue viviendo con menos de 300 pesetas al dia, unas 9.000 pesetas al mes, y ese número no sólo no disminuye sino que sigue aumentando. Hay que cambiar el diagnostico y sentenciar que esto no funciona, que no es viable un sistema en el que caben tan pocos y en el que se cierran las puertas a las grandes mayorías. En esta tarea las organizaciones no gubernamentales tienen un papel fundamental. Sólo empujando desde abajo se hara posible revisar nuestras prioridades y reconocer las exigencias de compartir un mundo con los demàs en el que nadie debe quedar excluido. Éste es el principio de cualquier solidaridad que quiera llamarse así en este tiempo. Mientras el proyecto solidario no parta de reconocer que este mundo es profundamente inequitativo y excluyente y de que lo es así no por una fatalidad sino porque se da un injusto reparto de los recursos de la naturaleza, no hay nada que hacer. Pero no es fàcil reconocerlo; requiere cambiar actitudes, potenciar valores, mirar a los demàs fraternalmente. Exige construir nuevos cimientos de nuestras sociedades para que su proyecto sea el proyecto común capaz de ofrecer un futuro a todo ser humano que venga al planeta. ■