(46) lamldades hubiéramos podido ahorrarnos! Pero por todas partes vemos funestos recuerdos de este insano furor que agita á unos y otros. Cuando un pueblo convencido de la imposibilidad de sostenerse sin un freno que le retenga , elige entre sus individuos el mejor para gobernarle, y deposita en él y vincula en su familia la fuerza y la autoridad; 6 cuando hallándole ya elegido, reconocido y sentado debajo el trono, le defiende de los enemigos, y á costa de toda suerte de sacrificios le consigue la victoria ¿qué título no tienen estos subditos leales, para aspirar á una recompensa, qué deber no obliga á los monarcas á mostrarse agradecidos , y qué proporción se ofrece á entrambos para darse un mutuo abrazo y estrecharse para siempre con vínculos indisolubles? Un pacto social fundado sobre el amor, un código que convirtiese en padre el tirano, y en hijo respetuoso el envilecido vasallo, seria el mejor término de las grandes épocas de valor y de constancia. Mil y mil ocasiones semejantes á estas nos presenta ia historia : mil y mil circunstancias para desplegar una generosidad gloriosa y favorable á los intereses de todos. Sin embargo vemos á monarcas que todo lo debían á sus pueblos negarles este beneficio, y pagar con ingratitudes á sus mas heroicos defensores; al paso que vemos á otros que no debiendo á su nación mas que afanes y sinsabores, han coronado sus deseos, han establecido una alianza feliz, y evitado peligrosas reacciones, que de otra manera habrían podido renovar los antiguos desórdenes. Nunca han logrado el mismo resultado aquellos reyes que han seguido un sistema diferente. Arduo es el oponerse de frente al curso natural de las cosas. El íntimo y eterno sentimiento de justicia , las ráfagas de ilustración que han penetrado por entre las nubes de los siglos mas tenebrosos , han producido convulsiones que se hubieran podido contener, descargando á tiempo el conductor eléctrico. -¡Que