CONCIERTOS ' Loa ulernes, bnuillatialaie.— Slbado, memi aarrlanta vveuatarlana . Observatorio Motoorológtoo de la Onlveraldad. —31 de Oclu&re. i i i a^-j;? I 0*** I P TetodM I AOUA LtUVlA I Sale el Sol a lasG'22.-Seponoa les a'lT.-Snlela luna a las í>'50 noche. -So pone a las tarde I." do líoviombre da 1812. Los Ideales modernos han sido concebidos por cada pueblo y aun por distintos (comemos del mismo pueblo de una manera distinta. La República france* sa del 93 en nada se parece a la que fundú en América Wástain^ton, ni a la que ha surgido en Francia después del desastre. Las instituciones sociales se diferencian, « su vez, entre las naciones hijas de la revolución; la familia, lu legíslitción, la ciencia, la literatura, el arte; pero sobre todo !a manera de con . ecbir y tratar la cuestión mural y religiosa. En éata las naciones se distinfiuen V España de todas laa demás juntas. Puede decirse que cu España esta cuestión sólo tiene valor bajo el aspecto político. Los partidos disienten y luchan principalmente en este terreno, sin' importarles poco ni mucho el contenido, la cosa en sí, apártelas coneao^ nea que tea^a con la libertad y con la organización de las sociedades humanas. No existe otro pueblo que se desinterese tamo de los problemas trascen^ dentales como el cspaflol. Es el único que ni siquiera ha llegado a plantearlos' en sus tiempos de aparente relíKíosidad, y mucho menos, si cabe, en los actúa*' les de Indiferencia y de escepticismo. Lo único que se ha discutido y se discute en Espada es la lijlesia, el cura. Ni el creyente español ve más allá de lo que presentan el templo y las ceremo. oias eclesiilaticas, tu ja adversario se preocupa de que existan otros problc, mas anteriores y superiores a la constitución de todas las iglesias. Su único ■ propósito, que es al propio tiempo una necesidad de su existencia, es extermi» nar al «enemigo», que ha empezado por atacarle a ¿1 en nombre déla religidOr' De ésta no saben los españoles ni más ni menos. Hemos dicho que no se da igual fenómeno en ningún otro país, lo cual no dcy.i dé ser aqa circunstancia desfavorable para los españoles, toda vez que no. ha coutribufdo a encumbrarles sobre todos, ni les lia librado de quedarse atrás. Nuestro anti clericalismo no se parece al de las naciones sajonas y sólo Ie)ana> mente al de las latina^, pudiéndose afirmar que en tal concepto estamos solos1 en el mundo. No hace falta decir, porque esto lo saben todos, que la mayoría de los anti* clericales anglosajones, entre los cuales se cuenta Lloyd George, son lo que' aquí llamaríamos unos faniUicos, pues, aunque la mentalidad inglesa ha cam»