284 Li Academia Calasanoia que habían muerto dejando en triste orfandad á aquel infante. Caminaba silencioso y pensativo, no llegando á comprender que hubiese perdido para siempre á aquéllos que le dieron el ser y velaban constantemente por él, como velan las aves por sus pequeñuelos; de cuando en cuando una lágrima se deslizaba por sus pálidas mejillas, y aquel ser inocente manifestaba en su semblante las impresiones que estos pensamientos motivaban en su alma pura y adormecida. Siguiendo su camino, llegó aquella tarde ante una finca que por sus dimensiones se podía comparar á los castillos que existían en los tiempos durante los cuales imperó el régimen feudal. Rendido de cansancio, pensó que quizás en aquella casa le darían alguna limosna para poder pasar la noche, á lo menos en un establo, hasta que el nuevo día le indicase la renovación de su ruta interrumpida por breves horas. Llamó, pues, á la puerta de la casa, y el dueño de la misma, al saber que quien llamaba era un niño que iba pidiendo limosna, le hizo entrar, pues nunca el rico, pudiendo aliviar las penas del pobre, debe dejar de hacerlo, y el citado señor, que reunía á una esmerada educación una gran piedad, dió asilo al niño aquella noche, le hizo contar las penalidades que sufría, le dió sanos consejos y algo que le disminuyese la miseria en que estaba sumido; y al día siguiente, al despedirse ambos, lloraban, uno de compasión y el otro de agradecimiento. Hijo mío, le dijo el bondadoso caballero, sigue tu camino siempre adelante, pues si ahora es de espinas, quizás después sea de rosas, pues tus padres ruegan por ti desde el Cielo y Dios atiende siempre á los padres que ruegan por sus hijos si éstos se lo merecen. Y estas palabras resonaron en el corazón del niño como bálsamo que mitiga los dolores y cicatriza las heridas; y cuando andando el tiempo el niño se hizo hombre y á fuerza de trabajos logró crearse una posición, siempre decía que lo debía á tres personas: á sus padres que por el velaban y á aquel caritativo señor que con sus sa-