HISPAN 1 A n.o 14 15 Setiembre 1899 atravesó las de la calle, describiendo una parábola, á los gritos de guach ! guach ! guach ! Carlos los miró sonriente alejarse por los cielos y dirigió en seguida la mirada á las profundidades de la calle, por donde discurría aquel coro de obreros que oyera cantar, permaneciendo arrobado mientras aquellas voces se fueron alejando y apagando, hasta fundirse con los sordos rumores de la Roma moderna. De pronto, una ráfaga de viento frío produjo una llamarada en el quinqué, ahumando el tubo, apestando aquel comedor y botando á la chica de su asiento, llena de espanto. — Cosa c' r — volvió á exclamar el pintor, cerrando la ventana. — Nada. Fué el viento — osó responder Adela, no bien segura aún del humor de su hermano. Pero ya Carlos no estaba para regañar. El aire de la calle había borrado todas las arrugas de su frente, esponjado su rizada barbilla y desvanecido la congestión de sus ojos, otra vez expresivos y penetrantes y echando chispas de entusiasmo. — Has oído, Adela r No has oido qué hermosa es esa barcarola : Sulla sponda che scorre veloce la leggera batana si avanza...? ¡Oh, qué pueblo éste! No lo hay más artista en el mundo 1... Sulla sponda che scorre veloce... ¿En qué otra tierra que no sea Italia... di... pueden cantar los obreros melodías como esta?... Pues digo!... ¿y la letra? La mismísima letra, ¡qué delicada no esl ...Sttlla sponda che scorre veloce... Pero ¿qué es esto? Benc, henissimol ¿Cómo trabajo yo ahora con esta luz ? ■ — Carlos: déjalo para mañana — suplicó Adela. — ¡Si has de estar rendido, hombre ! Y además : ¿ qué quieres añadir ya á tu dibujo? ¿Por ventura no está acabado? Vo lo veo acabadísimo. — ¿Tal crees?... - preguntó el pintor, contemplando otra vez la cartulina y repitiendo aquel Sulla sponda che scorre veloce... — ¡Vaya si lo creo 1 ] Pero si es magnífico ! — exclamó la hermana, abandonando ya todo recelo. — Aaaahl Acá- bá- ramos I Por fin lo has mirado... ¿y te parece bien? ¡ Alabado sea Dios! — No solo digo que está bien, hombre, no; digo que es magnífico, como tuyo que es. De soslayo miró el artista á su hermana, y viéndole en la cara pintada la ingenuidad, abrió los brazos gritando : — Ven acá, así te quiero, que ya sabes cuanto estimo tu parecer... ¿Ves, mujer, ves? Si hubieses empezado por ahí, te ahorraras el disgusto que has pasado por tu culpa, por la indiferencia ofensiva con que... — No, Carlos, no. Es que tú te enfadas, sin darla á una tiempo de... Yo venía pensando en nuestra madre, en nuestra pobre madre, que, como ya sabes, me tiene preocupada y... — ¿Y quién está ahora con ella ? ¿ Del fina y Jorge ? Ahora entraré yo. — Y arrancando las tachuelas que sujetaban el dibujo al tablero se puso á cantar sta ben... sta ben... sta ben... sta añadiendo luego: —¿Sabes, Adela, que siento un poco de hambre ? Á ver si me das algo de comer. Hace más de cuatro horas que hemos abandonado la mesa y hoy, precisamente, no ha pecado de opípara. ¿ Verdad ? Una lágrima ardiente asomó á las pestañas de la pobre chica, mientras un sudor frío bañaba todo su cuerpo. «¿Cómo decírselo. Señor, cómo?» Por fortuna, llamaron á la puerta y pudo, acudiendo, ocultar su turbación. Quien llamaba era Pepe, el adorador, el idólatra, el heraldo de la fama de Carlos y á la vez su correvedile. Era otro pensionado, catalán como Carlos, alto, robusto, estudioso, tan pertinaz como inútil para la pintura, tan bondadoso como corto de alcances para llegar á ser en su vida algo más que un imitador servil de sus maestros. Tenía sin embargo la cualidad grandísima de conocerse bien, que no es poco tener, y era, por lo mismo, reverente, como fué siempre, sóbrio por costumbre y económico por cortedad. Su vida, en Roma, era un sacrificio cominuo dedicado con el mayor amor á su amigo Carlos, tan mal interpretado por sus compañeros que, quien menos, le motejaba de portero, otros le llamaban paje, los más perro, y no faltaba en la mesa del café Crecen quien se atrevía, al preguntar por él, á tratarle de Antinóo. Adela le retuvo un momento, para comunicarle sus apuros y encomiarle la necesidad de que Carlos entregase aquella misma noche el dibujo para hacerse con dinero. Pepe, sin despegar los labios, dejó en la mano de la chica veinte liras, y como ésta hiciese ademán de devolvérselas, escapósele el joven, prometiéndole por señas arreglarlo luego. — Alégrate Carlos! — gritó, entrando en el comedor. — ¿ Acaso te ha caído el premio gordo ? - exclamó el otro, sin levantar los ojos del dibujo que estaba ya, de nuevo, contemplando. Y Pepe, sospechando en seguida que la actitud de su amigo era para atraerle á admirar su obra, corrió á contemplarla, y apoyado en el hombro del autor, prorrumpió en admiraciones y alabanzas. «Que iba á ser cosa buena, habiáselo dicho ya al empezar; pero lo que estaba viendo superaba sus esperanzas. Ya podía arrollar la cartulina y correr á entregarla; nunca Sir Blunt habría comprado una maravilla como esa.» Carlos hacía arrumacos de modestia, le rogaba que no exagerase tanto, aunque disimulando mal el deseo ele que insistiese. Pero Pepe no hablaba por hablar, elogiaba de corazón, pues para él siempre la última obra de su amigo era la mejor. — Qué he de exagerar, chico, ¿por qué he de exagerar? ¿ Cómo quieres que me exprese ? Hay en la composición una alianza tan feliz de verdad y poesía! Las figuras están tan bien modeladas, tienen una expresión tan natural y viva! Los muebles, las paredes y tapices tanta calidad! ¿Quieres perspectiva más acertada? ...En fin que... es superior; para mí es superior, una obra maestra. Vaya, arrolla, arrolla esa cartulina y vámonos. Carlos le escuchaba embobado, y sin poder evitar que sus ojos chispeantes sofocasen á menudo con miradas de despecho á su pobre hermana, que permanecía muy quietecita á dos pasos de él, esperando la decisión que podía sacar á la familia de su apuro. Al fin, reparando en las prisas del amigo, cuando ya estaba arrollando la cartulina, Carlos pidió explicaciones de ellas. — Si te empeñas... — contestó Pepe, esforzándose en mentir— Pues, mis prisas obedecen á varias causas. La última, como dijo el otro, es que yo acabé los monises y necesito que me prestes... ■ — Pero ¿ quién te ha dicho que no tengo ? — Lo supongo. Carlos se echó á reir. «Vaya, que tenía talento, que lo había adivinado.» — Vamos á asaltar al inglés... Pero, espera, espera. He pedido que me dieran de cenar y ésta se calla... Malum signuml Vas á ver: yo he de tener bombones. 166