migo se hallaba en unos pueblecillos vecinos, con alguna ■ avanzadilla sobre la carretera que conduce á Monforte, y tratábase de darle una sorpresa. Para ello se eligió el amanecer de uno de los primeros días de Diciembre. Creyóse que el frío y la niebla facilitarían la correría. Además dejóse en paz al enemigo desde algunos días antes. Degollados los centinelas que vigilaban el campo, fácil sería acuchillar á las desprevenidas guardias. El resto se dejaba á la casualidad. Como se ideó, realizóse el plan. Mingóte, yo y tres mozos muy ágiles y corredores nos dirigimos á un cabezo que dominaba la llanura, envuelta por una niebla densa y oscura. No había amanecido y pudimos oir el último alerta del centinela. Trepamos con el mayor cuidado por la maleza y llegamos anhelosos á corta distancia de éste. No nos oyó. Su silueta destacábase confusa entre la niebla. Cantaba, cantaba con voz queda un aire de la patria... Entonces se adelantó Mingóte, y, antes de que alarmado pudiera el centinela dar un solo grito, ya aquél le oprimía el cuello entre sus manos de hierro. Fué obra de un segundo. Cuando los demás camaradas llegamos, el soldado estaba en tierra, sujeto por las rodillas y brazos del fornido gallego. Pero... aquel soldado no era un veterano de los ejércitos imperiales. Era un adolescente, casi un niño, rubio, fino, delicado, simpático. Sus ojos azules reflejaban el temor y la súplica. Cuando se vió rodeado por nuestra gente y se dió cuenta de su suerte, sólo acertó á decir estas palabras: — Seti alemán, setí alemán, Cristian j. Pobrecillo 1 Era uno de tantos extranjeros como nutrían los ejércitos franceses, y en aquel terrible trance no acertaba á encontrar palabra más eficaz para mover nuestra compasión que el nombre de cristiano. Pero Mingóte era un mozo tan duro de alma como de cuerpo. — E ;qe xente é esa? — preguntó á sus camaradas. — Son os qompañeiros dos franzeses, qe beñen á axudarlos, — le contestó Chinto, su vecino. — Esos son os qe eu busco, — replicó Mingóte; — poix xa qe é alemán qe diga o credo , qe si fora franzés , nin astra eso lie deixaba, porqe xa estam qondenados. Y en balde repitió el infeliz: Seti alemán, cristiano, porque un tremendo cuchillazo de Mingóte le dejó sin vida. La sangre del pobre mozo manchó la blanca alfombra de escarcha-, sus ojos azules quedarónse mirando al cielo, contraída y desencajada la faz por las angustias de aquel sacrificio terrible é inesperado... Han pasado muchos años, y aun parece que contemplo esta escena de fría crueldad, que veo entre la niebla la borrosa silueta del pobre soldado y que oigo el dulce cantar quizás aprendido en las márgenes del viejo Rhin. La niebla que envolvió este episodio no favoreció del todo la sorpresa del destacamento. Advertidos por casualidad los franceses, hicieron frente á los nuestros y los rechazaron sin gran esfuerzo. Cuando á todo correr atravesábamos aquellos campos, saltando arijos y zanjas, de regreso á nuestros refugios, todavía pudimos ver las llamas de una inmensa hoguera que destruía los pueblecillos. ¡Cuánta víctima inmolada estérilmente!... Algunas veces, en el transcurso de mi vida, sobre todo estando de facción, he recordado al soldadito alemán; y si por acaso llegué hasta el lugar en que ocurrió esta escena, no he dejado de descubrirme y de saludar con respeto el alto del centinela, que así lo hemos llamado desde entonces. El nombre de cristiano no debe haberse dado para los hombres que se encuentran cara á cara con el odio en el alma y el acero en la diestra. Por lo menos en aquella ocasión sólo valió á la víctima un credo... que no era poco tratándose de un ejército de condenados. Francisco Parado 'i 197