342 JOVENTUT clase de muertes, y el espanto llega á su colmo cuando vemos vivos con la mitad de su naturaleza muerta, un tronco que alienta, arrastrando extremidades difuntas, ó un agonizante que enloquece y pide que acaben de matarle... No más de estos horrores, niña querida: no quiero que la noche que esto leas tengas pesadillas angustiosas. Y por atenuar las trágicas impresiones con otras del orden contrario, que en los mayores desastres no hay quien separe lo humorístico de lo terrible, te contaré una chusca ingenuidad del jefe de nacionales que mandaba la barricada próxima á Capuchinos. Envióle Van-Halen un parlamentario con proposiciones honrosas pura que se rindiera, y de oficio le contestó lo que vas á leer. Herido en la mano derecha, y no pudiendo escribir, dictó la respuesta á un sargento, que la retiene en su memoria para regocijo de los que amamos la espontaneidad popular. Dice así: A Antonio Van-Halen, jtfc dé las fuerzas enemigas. — Antonio: no te canses, no cederemos. Si te obstinas en hostilizarnos, le daremos para peras. — Patria y libertad. No veo, no, en esta brava gente U ferocidad del revolucionario sin camisa que persigue el pillaje y la disoljción, para despojar á los ricos: veo á los sanos y buenos hijos del pueblo que en la última guerra prestaron á la causa nacional servicios tan eminentes, que no habría honores bastantes con que pagárselos. La Milicia Nacional de Barcelona, guarneciendo los pueblos del llano y la montana y resistiendo terribles embestidas de la facción, demostró una fibra y una resistencia que en muchos casos llegó á las alturas del heroísmo. Ahí están Prim, Lorenzo Milans, Ametller y otros, que pueden contarlo... A esta gente, que tan claras nociones tiene del deber, y tan bien entiende el honor y el patriotismo en sus más elementales formas, no la temo yo. Temo á los pillos que se inoculan en el cuerpo popular y trabajador, para envenenarlo y derramar por sus venas elementos de podredumbre. Cuando á casa me retiré, las opiniones que oía no estaban acordes en seflalarel punto adonde Van Halen se replegaba. Unos le suponían en la Ciudadela, otros marchando hacia Montjuich. ¿Sabes tú, seflora de mis pensamientos, lo que es Montjuich? |Ay, que no lo sabel... (Creerás, tal vez que es un castillo como el de La Guardia, situado en lugar céntrico y eminente, y compuesto de quebrantados murallones y de piedras romas, entre cuyos huecos habita la prolífica república de lagartos? El castillo de tu pueblo es un pobre inválido que de su impotencia se consuela recordando sus tiempos heroicos, cuando la guerra de sitio se hacía con flechas, hondas y otros ingenios. Castillo es también Montjuich; pero más fuerte y buen mozo que el tuyo, y armarlo de mejores arreos y cachivaches de guerra. Se alza en un empinado monte al Sur de la ciudad, á la que tiene bajo su planta y dominio, y no se sabe si las m radas qne arroja sobre ella son de protección ó de amenaza. De día parece un padre amante que á su adorada hija contempla, con el chafarote levantado, eso sí, por si á la nifia se le antoja desmandarse. De noche verías en él un marido celoso que espía el sueBo de su Desdémona, recelando qué pronuncie dormida palabras que enciendan más el volcán de sus celos... Es tan alto Montjuich, que desde su cumbre ó cabeza, con yelmo de murallas y cabellera de callones, me parece á mí qne se ha de ver tu pueblo... No tomes esto al pie de la letra. No se te ocurra coger el catalejo que tiene Vavarridas para ver los mosquitos que se pasean en el horizonte, y ponerte á mirar hacia acá, creyendo que vas á verme en la cimera de este formidable castillo. En lodo caso no me verías á mí, sinó á Van-Halen con las manos en la cabeza, loco y turulato, sin saber de qué medios valerse para volver á echarle el lazo á esta ciu¬ dad, florón espléndido de los reinos de España, Barcelona, la hermosa y pizpireta... Al llegar a casa encuentro á mi madre algo inquieta por mi tardanza. La tranquilizo sin dificultad, refiriendo los hechos á mi gusto, desfigurando el argumento de la tragedia. Adiós, mayorazga de los Cielos. Adorándote tu — Fernando. Da Don Fernando Calpena f. Don Serafín DE SOCOBIO. Barcelona, Noviembre. SeDor mío: Antes que á mí llegara su carta pidiéndome noticia de estos trastornos gravísimos, nació en mí la intención de comunicárselos, recordando lo que le agrada el conocimiento exacto de las cosas de nuestro tiempo, á veces más obscuras que las remotas, y comúnmente desfiguradas por narradores ignorantes ó de mala fe. Considero asimismo que, por el amor grande que tiene usted á esta cuidad, donde pasó su infancia y lo más florido de su juventud al lado de su tío el reverendo don Lázaro de Socobio, arcediano de esta Santa Catedral, le interesará doblemente una información concienzuda de las desdichas de Barcelona en estos aciagos días, y aquí estoy yo para satisfacerle. Aunque no necesito hacer ante usted ningún alarde de mi honradez de narrador, debo manifestarle que me aferro á la más estricta imparcialidad, y usted así lo apreciará cuando lea conceptos y juicios desfavorables á mis amigos, y otros que no han de agradar á los del bando contrario, pues este es un caso en que todos merecen igual vituperio. No le contaré los pormenores de la espantosa jornada del 15, pues todo lo aparente de ella debe usted conocerlo ya. Aún le queda por conocer lo invisible, lo que estuvo en las conciencias, no en las manos que disparaban los fusiles, ni en las bocas que apostrofaban al Ejército- y al Regente. Lo primero que tiene usted que hacer para penetrarse de la verdad es desechar la idea corriente de que esto ha sido una sublevación de republicanos. Desconfiemos siempre de las ideas de fácil adaptación al criterio vulgar; desconfiemos del amaneramiento de la opinión, que no es más que un remedio contra la incomodidad de pensar por cuenta propia. Cierto que el 15 se habló de república, y este nombre fué gritado por michas bocas; cierto que algunos, más exaltados de palabra que de pensamiento, cantaban el ja ¡a campana sona, lo canó ja retrona; anem, anem, republicans, anem. Pero también es cierto que esto decían porque así se les había mandado, y muchos lo repitieron como en broma, sin verdadero calor. No se trauba, pues, de asaltar la Bastilla y demoler aquel emblema del despotismo, sinó de quitar de , en medio á un triste Gobierno y con él á una situación política, la Regencia de Espartero. Puedo asegurar á usted que ninguno de los que combatían en nombre del poble invocó á la cesante Reina Gobernadora, ni á nadie se le ocurrió proclamarla; y no obstante, por ella derramaron su sangre los muy locos, sin saberlo, que es lo más triste del caso. {Infeliz pueblo, criado en la inocencia y en la ignorancia de la ciencia política! El ha sido y es instrumento de los que han estudiado las artes revolucionarias y el mecanismo