La áoadbmia Càlasancia 251 ó idolatría de sí mismo. Tenía en el corazón su altar secreto, donde quemaba el incienso de los aplausos y adulaciones de los hombres que se arrastran, y aspirando el humo de la lisonja se embriagaba de placer, adorándose y recreándose en esa fingida gloria tributada á su fingida virtud. Los Albigenses aparentaban lo que no eran, como los paisajes y figurones del teatro, que engañan desde lejos, pero de cerca no resisten la vista. Tenían por vestido la piel de oveja y por entrañas la rapiña del lobo y las garras del león, pudiéndoles aplicar aquellas palabras del donoso Obispo de Bona, D. Juan de la Sal, que hablando de los fingidos dice: «gastaban santidad •con pretales y cascabeles, saboreaban y relamían se los tuviese por santos», siendo así que los Albigenses eran tentados de la carne, y en su vida íntima vivían sin freno, corriendo desbocadamente por el prado de sus pasiones. Grave era la enfermedad del Albigense, cuya idolatría y fingida virtud los hizo crueles y sanguinarios. Pero si el mal espantaba y hacía grandes estragos, no era imposible, ni mucho menos, la cura y el remedio. Conoció Santo Domingo el padecimiento de los Albigenses, y descubierta la trama, el médico entendido en manera y gracia de curar almas se puso en sitio de donde pudieran oirle. Suelen los grandes médicos del espíritu establecer su clínica en el confesonario y en el púlpito, mesa de disección donde se hace la anatomía de los pensamientos más recónditos, de las afecciones más delicadas y de los vicios que minan ocultamente la vida del individuo, de la familia y de la sociedad. Santo Domingo subió ai pulpito y desde allí anunció el remedio y aplicóla medicina, en forma nunca vista ni tratada aún por aquellos expertos directores de las almas que más y mejor ahondaron en las oscuras é intrincadas revueltas del corazón humano. Desde las alturas de la cátedra de la verdad brindó con la salud al grave enfermo Albigense, que la encontró en la plegaria del Rosario, la más saludable medicina y el mejor tratamiento que ^pudo discurrir Santo Domingo para dar con él vista á los ciegos, oído á los sordos y movimiento á los paralíticos.