2 EL GUIRIGAY La sonrisa Indiferonte de la mujer á quien se quiere, de seguro que nns hiela la sangre. Ya tenemos pues un antídoto contra el calor, pues helada la sangre, nuestra temiieratura goza de fresco. | Cuántas veces al ver á uno chasqueado sea en lo que fuere, exclamamos: ¡Ya; ya eslA fresco 1! Tales contratiempos nos quitan el calor de dia y el sueño por la noche, lo cual inspira ciertos cantos quizá escónlricos, á propósito para dejar el lecho, salir á lu calle y tabalear á diente cerrado algunas coplas que alivien nuestros pesares. Por ejemplo: Un hombre que tiene la desgracia de querer á una fea y esta no aparece á la cita que de noche le ha dado su amante. Él, al pasearse por delante de la casa de sus amores, murmura esta canción: Asómate á esa ventana cara de medio candil, narices de chimenea, y cuerpo de tamboril. Un amante sentimental al perder el amor de su bella, canta sollozando: Un amor tenia yo que me decia llorando, que nunca rae olvidaría ¡y ya me estaba olvidando! Una mujer de pobre figura y de corazón ardiente, al salir á la ventana por ver si alyuien la roquien de amores, canta con ira: ¡Válgame Dios de los cielos qué desgraciada nací! En la pila del bautismo faltó la sal para mí. Un hipócrita al terminar sus relaciones con una idem, rebienta cantando: Yo me arrimé á una beata por tener algo de Dios; á ella se la llevó el diablo, y á mí poco me falló. i a^n'jr.ifiRO'» "í.ívm '»b nii loq *& Esos y otros parecidos son los cantos de las noches de verano. ¿Qué cantarán los que han gozado de un amor puro, leal, verdadero, y han visto morir á su bien querido? ¡ Ah! estos dirán: ¡¡Arbolito te secaste teniendo el agua en el pié, en el tronco la firmeza, v en las ramas el querer ti Recuerdo que me hizo mucha gracia una muchacha joven y linda, que servia de camarera en una casa principal, cuando una noche regando ella las llores que en elegantes macotas tenían en el balcón, el jefe de la familia, hombre anciano ya, pidió un beso á la doncella, y esta, fingiendo po oírle, so puso á cantar de la manera mas seductora la siguiente coplíta: Un fraile me dijo un dia: dame la mano, salero; yo lo dije: padre mío, tome usted la del mortero. Ya que hablo de doncellas, ¿no es verdad ají que son unos diablillos más ó menos temibles por la sátira mordaz con que á veces tratan de ridícularizar á loa do la casa donde sirven? Un conocido mió, de pelo casi tan largo como la cola de mí borrico, est iba ausente', y el día anterior á su llegada fui á su casa y tuvo lugar el siguiente diálogo: — ¿Guindo llega Sulermalas? le pregunté á la criada. — Las patillas llegan hoy, el amo llega mañana. Decidme lectores, ¿en esta época de calor, no es verdad que un artículo pesado y científicamente razonado da mal humor el leerle? Pues por esto me place regalaros hoy, como si dijéramos, un pisto, zanfaina ó mejor, una ensalada de gran variedad de yerbas de las que Linneo clasifica con una clasificación verdaderamente cla-JÍficada, que no un escrito de aquellos que hacen arrufar el ceño. Pues á reír, amigos lectores. ¿Leísteis el telegrama de la primera acción de los franceses con los prusianos? ¿No visteis que el príncipe imperial habla asistido á la acción y que se (Mata su vroceder? ' ¡Hctebien aaloo.' ¡ju! ¡juvl Y cogió una bala á su lado. Y no se sabe si en el derecho ó en el izquierdo. Y fallan detalles. Y no le faltó la serenidad. Y los soldados lloraban por la serenidad del principe. Y quizá á tanta emoción se deben las derrotas luego obtenidas. ¡V á quién ocurre llevar niños á la guerra! Y por esto hay quien dice que en cosas graves la charla (lj y los juguetes sobran. Y quiero contaros un paralelo entre un fran cés y un prusiano. Un francés se presentó al rey de Francia para obtener un grado en el ejército que d iu>licia le correspodia , y id monarca antes de concedérselo quiso oír loda la larga narración de los méritos del francés, en términos, que el rey lo distinguió ofreciéndole un asiento para que siguiera esplicando su vida y hechos. Á las dos horas de conversación el rey firmó lo que el soldado solicitaba. Veamos ahora lo que hizo un prusiano. — Señor, una palabra; decía un dia un soldado al gran Federico, presentándole un memorial para que le concediese una plaza de subteniente. — Si dices dos te hago ahorcar. — Firmad; repuso el soldado. El monarca, admirado de su presencia de ániino, le concedió la súplica. Con la guerra entre Francia y Prusía, la bandera francesa nunca quedará destrozada aunque aea vencida, porque vale mucho; pero quiz.í será indispensable cambiar el asta que debiera sostenerla. Un consejo á los jefes de todos los estados 3 concluyo. ' Decían al filósofo Menedenio: — F,s una dicha tener lo que se desea. (1) Corri'ípomlciicias |iDlilic