H1SPAN1A n.o S 1 5 Junio de 1899 Ojesto, el único feliz de todo el quinteto, ya que no tenía rival en sus amorosas pretensiones. Consagrado exclusivamente á D.a Melitona, esperanzaba un próximo triunfo que nadie le disputaba; y como los ojos y las sonrisas de la madura beldad posábanse en él con manifiesta complacencia, ninguno de nosotros ponía en duda la cercana victoria de nuestro compañero. Hacía ya un par de meses que se prolongaba tan dificii situación, sin variar las cosas: en el fondo, cuando menos, porque lo que es en la forma exterior... Toquín y Baquillo no se miraban ya, ni se saludaban siquiera, por más que, aferrados cada cual á su respectivo propósito, seguían frecuentando el café y sentándose á la misma mesa. Y lo propio hacíamos Jácara y yo. De muy buena gana hubiera andado yo á bofetada limpia con mi odiado competidor y de seguro que él deseaba también la oportunidad de hacerlo. Hasta entonces nos habíamos comprimido, pero... |Eal que aquella situación no podía durar más... Para Toquín sobraba en el mundo Baquillo; para mí estaba de más Jácara, y... reciprocamente. Por fortuna, Ojesto que ejercía sobre todos una gran autoridad, se esforzaba en evitar la ruptura de hostilidades. Asi estaban las cosas, cuando una noche de Abril experimentamos una de las mayores sorpresas de nuestra existencia. Dieron las 9 y media, dieron las 10, luego las 10 y inedia y... nada: las López Bruma sin parecer. — iQue cosa más extraña I — murmuraba Ojesto. Los demás, inquietos y nerviosos, no decíamos nada; pero cada vez que se abría la puerta del café, lanzábamos una mirada codiciosa, que se trocaba al punto en una mirada aflijida. — Es raro. . . muy raro... seguía murmurando Ojesto. Aquella noche abandonamos el café, á la una, con la cabeza ga¬ u¬ cha, y esperando con ansiedad febril que viniese la noche siguiente. Pero vino esa, y tampoco parecieron nuestras sil fi des. — Alguna de ellas estará enferma... opinó Ojesto — Trinidad andaba algo resfriada esos días. Pasaron otras tres noches y... nada : — Ha de ocurrir algo grave... — declaró el futuro novelista — mañana me paso por la calle del Pez. — ¡Bah! no se tome V. esa molestia, señorito... Me parece que á esas señoras no las encontrará V. en la calle del Pez, ni en denguna otra calle de Madrid... Y al decir eso, Joaquín el camarero nos miraba con sonrisa fisgona. — ; Qué quieres decir tú con eso ? — preguntó Ojesto, mientras que los demás, profundamente turbados, mirábamos al camarero con ansiedad. — Pues quiero decir... que hace cinco noches que tampoco vienen ni Don Pancho, ni Don Narciso... (¡ustedes saben de quienes hablo?... de esos señores viejos, que parecen el uno una momia y el otro un botijo... unos que se sentaban allá, en el otro rincón. Muy ricos, millonarios, á lo que me han asegurado personas que los conocen. — Bien 1 y qué quieres decir con eso ? — volvió á preguntar Ojesto. — Pues que á esos tíos les gusta la carne fresca: ¿ se van ustedes enterando ?... y á estas horas, las niñas y los viejos están por esos mundos de Dios y, según me ha dicho quien puede saberlo, en camino de París y de Inglaterra. Y en medio del estupor doloroso que nos aplastó de súbito, añadió Joaquín : — Si había yo visto cosas que, la verdad... Y como la madre era una tunanta con más conchas que un galápago, y más misterios en el alma que luz en la administración de consumos, no me extraña nada todo eso. Volvió el camarero los talones para servir á un parroquiano que acababa de entrar; nos miramos á hurtadillas y me pareció que los cinco teníamos el rostro demudado y los ojos húmedos. S. Sánchez Mora Fundición de Masriera y Campins