1 Como la afición de Toribio no era mucha y en lo de dar traspieses no considerara preciso el arte, menudearon sus faltas de asistencia, y cuando en ciert1 ocasión preguntó D.a Tomasa al maestro en qué st,bresalia su hijo, aquél le contestó: — En hacer novillos. III Pasaron años y Toribio se convirtió en un tagarote de primera fuerza. No era mal parecido , y esto , junto á su gran desarrollo muscular, fué circunstancia recomendable para una parte del bello sexo: para aquella que por exterioridades juzga de la interioridad de los hombres y de las cosas. Así es que, á pesar de su falta de meollo ó quizá por eso mismo, tuvo Toribio más partido que otros que en su ser compensaban lo desmedrado del cuerpo con la grandeza del alma y el vuelo del espíritu. Y llegó el día en que se enamoró como un rocin , vamos al decir, de una rubita con ojos negros, muy zalamera, muy querenciosa, y que parecía haber asistido al gimnasio desde pequeña, á juzgar por ciertos desarrollos. La chica se dejó querer; Toribio arremetió con ella por la Vicaria, y Eloísa fué en breve su esposa con todos los requisitos de la ley. Vanos fueron los esfuerzos de D.a Tomasa por dar á su hijo una prebenda como en otro tiempo consiguiera para su marido, y esto le hizo conocer que el tiempo no pasa en balde; pero Eloísa, que era huérfana de un muñidor de elecciones, dijo que ella proveería á todo, y, efectivamente, no pasaron muchos meses sin que Manso fuese elegido diputado póf Toro. Y como al discutirse las actas en el Congreso impugnaran la suya y hubiese quien soltara pullas un tanto graves, tomó el electo la palabra, y berreó de tal suerte, que su mujercita, que oyó la polémica desde la tribuna, le dijo en casa, dándole un abrazo: — No he visto un Manso más bravo que tú en todos los días de mi vida. IV Posesionado del cargo, gracias á la travesura y á las artes de su mujer, recordó sus ejercicios gimnásticos y equilibristas; tomó las sabias lecciones de su madre en aquello de chupar la breva y de no soltarla sin dejar clavados en ella uñas y dientes, y con esto y la cooperación de Eloísa, nuestro hombre navegó viento en popa, pues, aunque surgieron furiosos temporales en el mar de la política, se dió trazas para capearlos, y cuando no, para correrlos, dejándose llevar por ellos buenamente. Y llegó á ser Gobernador, y luego Director, y más tarde Subsecretario, y, por último, Ministro; y si de allí no pasó, no fué ciertamente por culpa suya ni de su encantadora mujer. Bien es verdad que al hombre le sirvieron de mucho, para encumbrarse, las pocas lecciones que tomó del maestro de baile, pues las genuflexiones, los balancés, y, sobre todo, los pasos adelante y atrás, dados con oportunidad y acierto, contribuyeron poderosamente al éxito de sus empresas. Su carácter, un tanto feroz al principio, se fué dulcificando, y aquellos arranques oratorios que hacían retemblar el salón de sesiones, degeneraron en discursos melifluos pronunciados con voz inalterable, así le llamaran perro judío, hasta el punto de que amigos y enemigos dijeran de él, después de una sesión borrascosa : — iQué hombre! Tiene más pachorra que un buey. A lo que Manso contestaba, cuando lo oía: — Pues todo lo debo á mi mujer y á la educación que recibi de mis padres. Y hay que convenir en que tenia razón. ¡ Cuántos Toribios como ese hay por el mundo! Pero Ñuño Ilustraciones de Cornet ,67